martes, 22 de enero de 2008

Cuentos

Si yo tuviera una varita mágica…

Un día iba caminando por la calle, directo a mi casa. De repente tropecé con una pequeña varita de madera. Me incliné a recogerla y la sacudí un poco porque estaba muy sucia. Entonces, apareció sobre mi mano una rica hamburguesa. Me asusté mucho! Volví a sacudir la varita y ahora apareció un refresco de mi sabor favorito.

¡Qué bien! -dije- Había encontrado una varita mágica que podía convertir todo lo que yo deseara con tan solo agitarla, pero eso no era todo, lo mas maravilloso era que solo tenia que pensar en lo que deseaba y agitando la varita ¡Zas! Se cumplía mi deseo.

En el trayecto a mi casa, iba pensando en todo lo que podría tener al utilizar la varita; se me ocurrió que podría transformas la basura en lindas flores, el smog en brillantes arco iris, desaparecería toda la contaminación que hay en el mundo y haría que todas las personas fueran felices.

Estaba tan emocionada por las maravillas que iba a hacer con mi nueva varita, que de pronto, sin darme cuenta, me tropecé una vez más y caí al suelo.

¡No podría creer lo que veían mis ojos; la varita se había quebrado! Y con ella también mis sueños guajiros.

Llegué a casa muy desconsolada y no podía detener mi llanto. Entonces mi mamá me preguntó que qué me había pasado y le conté lo sucedido. Ella me dijo: _Mira hijita, tal vez ya no tengas esa varita para transformar el mundo, pero tú sola puedes contribuir a que las cosas cambien, si te lo propones.

Sus palabras me ayudaron a darme cuenta de que no necesitamos de magia o varitas mágicas para cambiar las cosas; solo debemos esforzarnos y poner de nuestra parte, para lograr que las cosas mejoren.


Un cuento encantador

Hace mucho tiempo, en un lugar muy muy lejano, existía un adorable ogro y una encantadora bruja. Ellos tenían siete enanos, los cuales eran muy malos. A los habitantes de aquel hermoso reino les hacían la vida imposible, quemándoles sus casas.

Cerca del reino había un tenebroso bosque. Ahí vivía el príncipe Encantador; bueno, de encantador sólo tenía el nombre, porque era el príncipe más malo que podía existir. Toda la gente le temía. A sus pies tenía a cuatro malvadas princesas llamadas Aurora, Cenicienta, Bella y Blancanieves.

Ellas regalaban manzanas envenenadas a los niños del pueblo; además con sus poderes desaparecían a la gente.

Un día inesperado, el adorable ogro fue a visitar al príncipe Encantador. Él le propuso que a cambió de que fuera bueno, le daría su reino, su palacio y todo lo que se encontrara en el.
Después de mucho pensar Encantador aceptó. Las malvadas princesas muy enojadas crearon una pócima que le dieron a beber al temible príncipe. Él en muy poco tiempo se convirtió en piedra.

Sin imaginarlo, la encantadora bruja con sus maravillosos poderes hechizó a las malvadas princesas. Ellas se quedaron dormidas, y sólo despertarían hasta que un apuesto ogro rompiera el hechizo. Los siete enanos se convirtieron en encantadores ogros y el reino vivió feliz para siempre.



Mi varita Mágica

En una ocasión iba caminando muy tranquilamente por la calle, iba distraída y observando a toda la gente que corría de un lado a otro, cuando de repente ¡zaz! A un chico muy guapo se le cayó de su bolsillo una varita. Inmediatamente corrí a recogerla y por más que le grité que había perdido aquel objeto, no me escuchó.

En realidad, yo no sabía qué era. Bueno, pensé que era una varita común y corriente; así que la guarde en mi mochila. Pasaron los días y no le tomé importancia a la extraña varita, y una noche se me ocurrió frotarla, sin ninguna intención, y pasó algo extraordinario, salió una mágica luz, con destellos y chispas de mil colores; fue algo sorprendente, jamás imaginé lo que estaba ocurriendo en aquél momento. Una hermosa hada apareció de entre aquellas chispas; era muy linda, su vestido era de color verde, con hermosas piedras que tenían destellos de muchos colores.

Yo, con mi cara de asombro, no podía creer lo que tenía frente a mis ojos. Era como un sueño.
Después de admirar por un instante a aquel ser tan extraño, le pregunté que quién era. Ella respondió que era mi hada, que había esperado conocerme por muchos años. Bueno en realidad millones, pero que por fin había llegado el momento, y con su varita mágica me concedería todo lo que yo quisiera, que no había límites, mientras fueran cosas buenas las que quisiera que me concediera, ella lo haría.

Por un momento no lo pude creer, pero después de tanta insistencia de su parte, le pedí que me hiciera un espejo mágico, en donde viera los problemas de las personas que quiero, para así poder ayudarlos. Ella inmediatamente me lo concedió.

Después le pedí que todas las flores de mi casa las convirtiera en monedas de oro, para así comprar una casa y las cosas que me hicieran falta, y de paso ayudar a mi familia. Le pedí que los perfumes los convirtiera en pociones mágicas, que sirvieran para eliminar el rencor, el odio, la tristeza y todos los malos sentimientos.

Todos mis deseos me los concedió, nada más bastaba con que agitara su varita mágica, dijera las palabras mágicas y listo, mis deseos eran cumplidos.

Supuse que era mucho pedir; así es que le di las gracias por todo lo que había hecho. Ella estaba encantada de concederme todo lo que le pidiera. Llegó el momento de despedirnos -le dije-. Ella sonriente pronunció unas palabras, y comenzaron a salir destellos luminosos y desapareció.




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